La Dirección General de Consumo de la Junta de Andalucía ha resaltado, en el marco Día Mundial del Videojuego, los grandes beneficios que nos aporta un buen uso de los videojuegos a nivel de desarrollo intelectual, mejora de habilidades cognitivas, de percepción espacio-temporal, de socialización, etcétera. No obstante, los videojuegos han evolucionado, especialmente en su vertiente online, hacia un consumo que entraña no pocos riesgos, sobre todo para personas menores de edad y adolescentes. Se trata de riesgos relacionados con la adicción, el sometimiento a contenidos inadecuados, una excesiva exposición a las pantallas digitales, gastos económicos excesivos, etc. Por ello, desde Consumo, se apuesta por un uso responsable y saludable de los videojuegos.
Una buena orientación para lograrlo es la información que nos proporciona el etiquetado y embalaje –o su ficha técnica digital– de los juegos, que es importante consultar antes de adquirirlos. Por un lado, el PEGI (Sistema Europeo de Información de Juegos) establece una clasificación por edades, con cinco grupos o categorías: PEGI 3, PEGI 7, PEGI 12, PEGI 16 y PEGI 18, y se basa en características como el nivel de violencia, el lenguaje utilizado, el contenido sexual o referencias a drogas o su consumo.
Esta información se complementa con los descriptores a través de pictogramas, que hacen referencia al contenido del videojuego. Estos descriptores muestran pictogramas: en forma de puño (violencia); en forma de bocadillo con caracteres especiales (lenguaje soez); en forma de araña (miedo); en forma de dados (juegos de azar); en forma de los símbolos de los géneros masculino y femenino (sexo); en forma de jeringa (drogas), en forma de dos figuras blancas y una negra (discriminación); o en forma de tarjeta de crédito (opción de comprar bienes o servicios digitales con moneda del mundo real). Tales compras pueden suponer contenidos adicionales, actualizaciones, suscripciones, monedas virtuales y otras formas de monedas. Toda esta información resulta esencial a la hora de adquirir un videojuego destinado a personas menores de edad.
Uno de los aspectos que más vigilancia o supervisión requeriría de los padres y las madres o personas tutoras es el que tiene que ver con las compras con dinero real, a través de las microtransacciones y las conocidas como cajas de botín o ‘loot boxes’, ya que estos elementos pueden generar una adicción –que se suma a la que generan los juegos multijugador online– que podría ser precursora de la ludopatía. Se trata de un dinero (real) extra que gasta la persona usuaria para acelerar el progreso, obtener ciertas ventajas o mejorar la experiencia del videojuego. Esto puede llevar a cargos excesivos o inesperados. Resulta esencial comprobar con regularidad los movimientos bancarios para controlar todo gasto.
Por otro lado, los videojuegos han evolucionado hacia una vertiente cada vez más social a través de los sistemas y juegos en red, y por ellos se aconseja tener especial precaución con el tipo de contenidos e interacciones de la persona usuaria menor de edad, ya que, en los peores casos, se puede llegar a situaciones de ciberbullying e incluso grooming.
Se recomienda que se establezcan límites de tiempo para el uso de videojuegos, supervisar la actividad y hablar claramente con la persona usuaria menor de edad de los riesgos que conlleva un mal uso. Una herramienta que puede ayudar a este objetivo es el ‘control parental’, disponible en las plataformas y videoconsolas, al igual que en otros dispositivos digitales, a través del que se puede gestionar el contenido y aspectos como posibles gastos en el videojuego. Hay que prestar atención a posibles indicadores de comportamientos compatibles con la adicción comportamental, tales como jugar a escondidas por la noche, mostrar interés por otras formas de apuestas (deportivas, por ejemplo), invertir sistemáticamente todo el dinero que se recibe (cumpleaños, celebraciones, etc.) en videojuegos, y renunciar a otras actividades de ocio para jugar.